Cuando yo era niño, era tradicional en Semana Santa que en la televisión pudiéramos ver películas religiosas sobre la vida y pasión de Cristo o, al menos, si no era el tema principal, sí aparecía como un elemento adicional.
Así pasaba con Ben-Hur, todo un clásico de Willy Wilder, que mezclaba la grandeza de Roma y su dominio de Judea con la figura, e incluso los milagros, de Jesús. Casi cuatro horas de película en las que cualquier niño o adolescente disfrutaba enormemente.
Ayer, Jueves Santo y coincidiendo además con el aniversario del fallecimiento del director, han vuelto a reponerla y he podido disfrutar un rato de sus escenas que, prácticamente en su totalidad, las conozco casi de memoria, ya que es una película que habré visto no menos de diez o doce veces. Película, además, a la que he dedicado alguna entrada en mi blog, en concreto sobre una modalidad de contratos que aparece en la escena de la apuesta entre el jeque Ilderim y el tribuno Messala (y que podéis leer AQUÍ: Ben-Hur y el Derecho Romano
Pero la escena que hoy ha llamado mi atención es aquella en la que Charlton Heston aparece encadenado al banco de remeros en la galera del cónsul romano. Y es porque me ha recordado un asunto que llevé –o, mejor dicho, que no llevé- hace unos años.
Debía ser 1993/1994 y me asignaron un asunto laboral como abogado del turno de oficio. Cité al cliente en el despacho, quien me indicó que el objeto de su litigio era reclamar una indemnización por despido. Le solicité la carta de despido, pero no tenía. Le pedí el contrato de trabajo, pero me dijo que no tenía contrato, a pesar de que su trabajo –según supe después- era en una empresa dependiente del Ayuntamiento de su localidad. Le pedí algún tipo de documento para acreditar la relación laboral, alguna nómina, algún recibo, algún abono en su cuenta, pero … no tenía nada.
Ante esta situación tan complicada le indiqué que necesitaba acreditar que había estado trabajando, quizá con testigos que le hubieran visto en el puesto de trabajo, compañeros o clientes. Me dijo que no, que nadie estaba dispuesto a testificar, pero … de repente se le iluminó la cara, sonrió y me dijo que tenía una idea. A partir de aquí trataré de transcribir aproximadamente la conversación:
- Verá, estoy pensando ¿valdría como prueba un vídeo?
- ¿Un vídeo de vd trabajando? Sí, pero ¿cómo tiene vd un vídeo en el que aparezca trabajando? (Debe tener en cuenta el lector que en aquellos tiempos no existían móviles con cámara –ni sin ella- y que las cámaras de vídeo pesaban como un ladrillo y costaban un precio desorbitado).
- Pues claro. Es que, como ya le dije, yo trabajo, trabajaba mejor dicho, en la tele.
- ¿En la tele?
- Sí, en una cadena local. En un programa que se llama “A galeras”. ¿Sabe vd lo que es una galera?
- Sí, el barco romano, ¿no?
- Eso es. Pues el programa consiste en que se habla de un tema de interés para el pueblo –por ejemplo, la luz de las calles o los veladores del bar tal-, se expone y la gente opina. Y al final, si el resultado es positivo se salva y si es negativo, se le manda a galeras con el gesto que hacían los emperadores romanos para decidir la muerte de los gladiadores.
- No acabo de ver la relación…
- Pues está muy claro. El que sale al final del programa vestido de romano y pone la mano para abajo diciendo “a galeras!” … soy yo. Y “m’han echao”…
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¡Trabajaba como un emperador y quería cobrar!
Imagino que ganarías el caso, no?