Sí, quienes hayan pensado que voy a parafrasear el poema de Antonio Machado, han acertado. Esa gente que camina y va apestando la tierra. Esos pedantones al paño que piensan que saben y esos soberbios borrachos de sombra negra. Existen y están entre nosotros.
Esa gente que humilla a los camareros –frecuentemente, muy jóvenes y que aprovechan el verano para obtener unos ingresos que les permitan sobrevivir el resto del año o, incluso, pagarse sus estudios- porque no es capaz de esperar unos minutos a que le sirvan la cerveza que pidió de mala manera a quien no puede recibir peticiones porque su jefe no se lo permite.
Esa gente que se pasa todo un año en su trabajo, probablemente doblegado ante un jefe inflexible y sin capacidad de rechistar a cualquier reproche injusto que le hagan, y que cuando llegan las vacaciones y se enfunda en sus bermudas se empodera y muestra su valentía frente a quienes trabajan para que él disfrute.
Esa gente mediocre, probablemente con un trabajo gris y alienante, que cuando llega al lugar de descanso parece olvidar que no sólo el suyo, sino todos los trabajos tienen su origen en una maldición divina y, que, por tanto, no dignifican sino que tan sólo permiten pagar las facturas y llegar, a veces, a fin de mes.
Esa gente pedante, que durante once meses al año no puede destacar de ninguna manera y que cuando llegan a los lugares de asueto estival, tratan de imponer su triste forma de vivir a fuerza de presumir de un dinero que, quizá, no sea más que resultado de un endeudamiento anual regularizado después durante el resto del año.
Esa gente, normalmente venida de tierras lejanas y extrañas a nuestra forma de ver la vida, que no dudan en gritar y demostrar al resto de clientes de bares y restaurantes que no sólo carecen de educación, sino que ya es tarde para que la obtengan.
Esa gente que camina y va apestando la tierra.
POSTDATA.- Esta entrada está dedicada especialmente a un señor (a quien tengo el gusto de no conocer), con bigote y bermudas, de acento exquisito y lamentables modales. Ojalá me lea, aunque seguramente no sabrá ni reconocerse.