Muchas veces nos encontramos con situaciones que nos llaman la atención por ser inentendibles, rozando el absurdo.
Unas veces, estas situaciones son meramente anecdóticas y no tienen mayor relevancia. Otras, son cuestiones que nos afectan de manera directa.
Tanto en un caso como en otro, me gusta plantearme los motivos que generan esa situación. Por principio, no creo que nadie tome decisiones absurdas y carentes totalmente de razón. Puede ser que yo no entienda la decisión, pero, casi con toda seguridad, tienen un porqué. Y me gusta tratar de adivinarlo.
Una situación de este tipo se presenta a menudo en redes sociales, ya porque sean las razones de marketing las que imperen, ya porque se busca una finalidad distinta de la que parece impulsar la decisión de que se trate.
A una de estas situaciones voy a referirme: hay veces en que se ofrece un determinado contenido –una guía, una infografía, un e-book gratuito- con la finalidad de obtener el correo electrónico de quien lo solicita para así poder enviarle otra mucha documentación/información/publicidad de todo tipo.
Las redes están llenas de este tipo de “lead magnets”, terminología anglosajona que puede traducirse como un regalo que alguien entrega a cambio de conseguir nuestros datos en general o nuestro correo electrónico, más en particular.
Insisto: esto es muy legítimo y se ve claramente.
De hecho, abundan los ejemplos. Casi todas las editoriales jurídicas nos obsequian a menudo con una publicación de cierto interés –una guía, un resumen de una norma recién aprobada- que podemos obtener rellenando un formulario.
A ese formulario se le incorporan datos relevantes, como el tipo de organización en la que trabajamos – Universidad, despacho colectivo o unipersonal- o nuestro teléfono o dirección de correo electrónico de contacto.
Damos nuestros datos, a sabiendas la mayoría de las veces, a cambio de obtener ese documento que tiene interés para nosotros. Todo legítimo: “quid pro quo”.
Decidimos hacerlo, por lo que no nos debe extrañar que un día, pasado mucho tiempo, recibamos un correo electrónico o una llamada telefónica a la dirección o el número que facilitamos en este tipo de formularios para vendernos un seguro de decesos o crecepelo de última generación.
En la vida “ordinaria”, que no tiene nada que ver con el Derecho, también abundan este tipo de “regalos”. Seguro que os suena alguna vez que os han incluido en un sorteo de cualquier cosa y os han hecho rellenar ese formulario en el que facilitamos nuestros datos.
Lo que ya no es tan normal es que QUIEN YA TIENE LOS DATOS, ME LOS PIDA DE NUEVO.
Afortunadamente, no es frecuente, pero tengo un boletín que recibo puntualmente y al que me suscribí hace tiempo – es decir, ya les facilité mis datos- que entre sus “novedades” incluye determinados “dossieres” que no vienen adjuntos en el correo electrónico que recibo, sino que tengo que acceder a ellos clickando de nuevo en un enlace que me vuelve a solicitar mis datos.
¡A ver! Que ya me tienen fichado, que ya estoy suscrito a sus actualizaciones, que ya les vendí mi alma al Diablo hace tiempo. ¿Para qué, entonces, me lo vuelven a pedir?
Bueno, la buena fe se presume siempre. Y la inteligencia, añado yo, también.
O no. Hace unos días leía una frase de Quevedo, aunque no sé si es cierta o no; me gustaría leerla en la obra concreta donde se escribió, pero para eso necesitaría mucho tiempo.
Gentil, como siempre, nuestro admirado escritor no dejaba títere con cabeza: "Todos los que parecen estúpidos, lo son, y además también lo son la mitad de los que no lo parecen".
Así, sin remilgos. Los británicos, como son mucho menos temperamentales, lo dicen de otro modo: si parece un pato, camina como un pato y grazna como un pato, no hay duda: ¡ES UN PATO!
¡Cáspita! (por no utilizar otra interjección, con la misma letra de inicio, que es lo que me pide el cuerpo). Pues igual tiene razón: si me piden un dato que ya tienen, si me piden una estupidez, igual no existe un motivo para ellos y simplemente es porque son estúpidos (Gracias, Quevedo).
Insisto: aunque no voy a revelar el nombre del pecador –por aquello de la delicadeza- mi conclusión es clara: estos tíos son estúpidos y si me piden una estupidez, igual es que el contenido que quería adquirir no tiene la calidad que podríamos suponer y no es de fiar. Así que, NO les voy a seguir el juego.
¡Ay! Que yo había dicho que no iba a nombrar al pecador y lo he hecho. Menos mal que sólo algunos sabrán quién es. En tal caso, déjamelo en los comentarios y no, no será necesario que me facilites tus datos ;)