Muchos años despues...
Homenaje a los artistas que llevan sus actuaciones a todos los rincones de España. En especial a los organizadores y participantes del Festival Internacional "León vive la magia".
Muchos años después, en la puerta de entrada a la Sala Segunda del Tribunal Supremo, Manuel había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer la Magia[1].
Había nacido en un pequeño pueblo de la provincia de León, ya casi lindando con Galicia, donde apenas llegaba la señal de televisión y la vida se reducía a la rutina diaria de acudir al colegio – en otro pueblo de mayor tamaño pues en el suyo no había habitantes suficientes que lo justificaran- y después ayudar en casa con las labores agrícolas y los animales.
Apenas contaba siete años y era un viernes cercano a Navidad. Llevaba una semana lloviendo sin parar y la temperatura rondaba los cinco grados centígrados, aunque amenazaba con bajar y que la nieve cayera.
Su padre le montó en el camión y le dijo que iban a ver un espectáculo al pueblo de al lado, que iba a venir … ¡un mago!
Manuel no sabía lo que era un mago. Nunca había visto a ninguno. En aquellos tiempos la televisión era un objeto a disposición de poca gente y sus padres no estaban entre ellos. Por eso, le pidió a su padre que le explicara qué era un mago.
El padre, con gran entusiasmo, le dijo que un mago es una persona que hace magia. Que hace desaparecer las cosas. Que corta a las personas por la mitad y las vuelve a pegar como si nada. Que saca conejos de las chisteras. Que adivina tus pensamientos y descubre las cartas que tú elegiste sin que nadie supiera cuál era.
Manuel no podía ni siquiera imaginarse de qué se trataba, pero pronto empezó a descubrirlo. El edificio donde se celebraba el espectáculo –una sala municipal- estaba iluminado y decorado con motivos navideños y en el escenario había ubicados varios objetos: una mesa, un baúl abierto, altavoces; incluso un muñeco de plástico imitando un muñeco de nieve.
Al poco de llegar y ocupar sus asientos, se apagaron las luces de la sala y de uno de los extremos apareció un señor, vestido elegantemente, que hizo aparecer un bastón y pañuelos de colores de la nada mientras sonaba una música muy hermosa. Continuó vaciando un recipiente lleno de agua en las páginas de un periódico; exhibió unas cartas de póker invitando a los espectadores a elegir una y procediendo a continuación a averiguar cuál era, incluso sacando la carta elegida de las manos del propio espectador; y cuando parecía que todo había acabado, aún hubo más: le pusieron una camisa de fuerza (que su padre le explicó que se ponía a los locos del manicomio después de darles corrientes eléctricas), le rodearon de cadenas y en un par de minutos se liberó, igual que hacía un tal Houdini, según explicó.
Cuando las luces se encendieron, Manuel estaba llorando de emoción. Aquello le había parecido increíble y había decidido que ya no quería ser policía cuando fuera mayor ni astronauta, sino mago. Quería repartir ilusión por el mundo y llegar a pueblos como el suyo, haciendo realidad lo increíble. Quería jugar con las cartas y adivinar las de los demás. Pero, sobre todo, quería imitar a ese tal Houdini, que era capaz de librarse de las cadenas.
Todos estos recuerdos le vinieron a la memoria cuando estaba a punto de cruzar las puertas del Tribunal Supremo para empezar el juicio en el que le pedían más de quince años por los delitos de estafa en el juego de póker, robo de más de cinco millones de euros en el Gran Casino de Madrid y dos intentos de fuga del cuartelillo de la Guardia Civil y de la cárcel donde había estado recluido en situación de prisión provisional.
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[1] Como los lectores más agudos habrán captado, estamos parafraseando a García Márquez.
Un relato que capta la atención por su originalidad y buena composición. Muy entretenido. en menudo elemento llegó a convertirse el niño-mago... Más le habría valido al padre quedarse ese día en casa jugando con él a las cartas.
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Muchas gracias.