De un tiempo a esta parte el número cuarenta parece resonar en mis oídos como las campanas de Hemingway. Ya sé que es un número “redondo” y con resonancias políticas, pero probablemente se deba más a la casualidad que a otra cosa. O no, quién sabe.
No hace mucho publicaba un texto referente a que hacía cuarenta años que había terminado los estudios (de COU) en mi colegio, en el que había estado durante once, desde los siete años. Fue una fecha “redonda” que aprovechamos para celebrar y tratar de reunir al mayor número de compañeros y compañeras. Gracias al esfuerzo de algunos de ellos en la búsqueda y contacto, pudimos crear un grupo de guasap que continúa vivo e incluso celebrar una comida, que glosé aquí:
Fueron los primeros cuarenta años de algo y el resultado me resultó muy reconfortante. No ya por la celebración y reencuentro con muchos compañeros, sino sobre todo porque se ha abierto una línea de contacto más o menos permanente con un grupo más reducido pero que quizá se amplíe en el futuro. Será que soy un sentimental, pero me encanta reunirme de nuevo con gente con la que compartí patio y pupitre hace tanto tiempo y con la que tengo tanto en común.
Resulta sorprendente cómo determinadas cosas que pasaron entonces están nítidas en el recuerdo de unos mientras que otros no tienen ni idea y se sorprenden ahora al rememorarlo. Lo mejor de todo es que … no podemos mentir entre nosotros sobre nuestra edad. Como dijo uno de ellos no hace mucho, dentro de doce años, tendremos ¡SETENTA!
Y esta idea es la que me lleva a pensar en el transcurso del tiempo. Imparable. Implacable. Todos los días, uno más. Sin darnos cuenta. Y así, han pasado cuarenta años.
Retomando el hilo de la reflexión, hace unos días he visto circular por redes sociales un vídeo (maravilloso, por cierto, y que me he guardado por si desaparece) en el que nada menos que ET volvía a la Tierra y contactaba de nuevo con Elliot. El vídeo no es fácil de describir con palabras, sino que hay que verlo. Quizá un par de veces porque los detalles son muchos.
Aquí puedes ver el vídeo: El regreso de ET
Elliot, que es el mismo actor, tiene cuarenta años más y dos hijos tan niños como él en la película original. Y se reproducen las escenas. No quiero ser “spoiler”, pero … salen bicicletas.
Este vídeo me ha traído aún mejores recuerdos de hace cuarenta años. La película la vi el día que empezaban las vacaciones de Navidad de aquel curso, el 82-83. Me fui al cine (Multicines Alameda, ya desaparecidos hace tiempo y, posiblemente convertidos en apartamentos turísticos) con varios compañeros y compañeras del colegio. ¡Ay, ese cole, de nuevo!
Muy resumidamente: recuerdos maravillosos de una película y de su entorno que dura toda una vida. Sin más. Ni menos.
¿Os imagináis, lectores en general, volver a la situación que teníais cuando visteis la película hace cuarenta años? ¿O cuando visteis Grease o La guerra de las galaxias? Yo sí.
Pero lo que no me podía ni imaginar es que ayer (o antier[1]) se cumplieron también cuarenta años de un partido de fútbol inolvidable y legendario: el España-Malta que terminó 12 a 1 y que permitió a la selección española participar en un determinado campeonato (pido perdón a mis lectores por la falta de concreción, pero se debe a mi ausencia de afición futbolística). Era la época en que sólo entrar en la fase final de los campeonatos ya era un triunfo para la selección española, aunque la eliminaran en el primer partido. Y precisamente, era necesario ganar ese partido por once goles para poder llegar (¿sería porque otro nos había marcado antes once goles? Ni idea).
Recuerdo perfectamente la situación. El salón de mi casa, donde estaba la tele, contiguo a mi cuarto, donde yo estaba estudiando. Estudiando Derecho Romano, jeje, que tenía un examen ese viernes, antes de Navidad. Y mi padre, gritando gol una y otra vez. A la primera no me moví. A la segunda y tercera vez, me acerqué a ver la repetición del gol. Y a partir del cuarto, ya en el segundo tiempo, me quedé a verlo entero. De hecho, cuando comento con alguien mi ausencia de afición futbolística siempre digo que no creo haber visto en mi vida más de diez partidos y el España-Malta es uno de ellos.
¡Y han pasado cuarenta años! ¡Cómo pasa el tiempo!
Imposible no recordar aquellos versos de Jorge Manrique – “cómo se pasa la vida…”, no sigo el verso por respeto a los hipocondríacos-, precursores de sevillanas con siglos de antelación; imposible no recordar a Gardel (veinte años no es nada); imposible no pensar en cuántas sillas vacías, cuántas ausencias, tendrá la cena de Nochebuena.
Pero pensemos en positivo –siempre en positivo: dentro de otros cuarenta años estaremos haciendo las mismas reflexiones. Y aquí estaremos. De un modo u otro, pero estaremos.
Sevilla, 22 de diciembre de 2023.
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[1] La primera vez que vi esta palabra escrita –tan común en el lenguaje cotidiano- fue en un artículo de Antonio Burgos, vaya esto como homenaje.