En estos días, en todas las comidas familiares o entre amigos, un tema resulta recurrente: las elecciones generales del 23 de julio. Unas veces, la conversación gira sobre las distintas opciones políticas o sobre las “peculiaridades” de cada uno de los candidatos, sus promesas, sus expectativas o sus miserias. Rara vez todo el mundo coincide en estos temas. Pero hay uno en el que la opinión es casi unánime: nadie quiere ser designado miembro de una mesa electoral.
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